Las mujeres enfrentan grandes
desventajas en el mundo del trabajo. Les pagan menos que a los hombres, incluso
cuando hacen lo mismo. Y esto no se explica porque ellas sean menos productivas
o estén menos educadas. Se explica por prácticas discriminatorias, normas
sociales y patrones de conducta que las conducen a oficios peor remunerados y a
menos progresos en su trayectoria laboral. Quien afirme lo anterior no está
defendiendo a las mujeres en ausencia de argumentos. Está defendiendo a la
evidencia, que es bastante contundente.
Las mujeres enfrentan grandes
desventajas en el mundo del trabajo. Les pagan menos que a los hombres, incluso
cuando hacen lo mismo. Y esto no se explica porque ellas sean menos productivas
o estén menos educadas.
Empecemos por la brecha
salarial. En todos los países del mundo las mujeres que trabajan a
tiempo completo ganan menos que los hombres. En América Latina y el Caribe
ganan el 84% de lo que gana un hombre y, según el Índice de Mejores Trabajos,
tienen mayor probabilidad de tener un empleo informal. Esto en gran medida se debe a un fenómeno de
segregación ocupacional, que lleva a las mujeres a ocuparse en oficios peor
remunerados (docencia, enfermería…) y que tienen horarios flexibles. Sin embargo, tanto en
países desarrollados, como en América Latina y el Caribe, estas disparidades
persisten incluso cuando se comparan trabajadores en la misma ocupación e
industria y con la misma educación, experiencia y cantidad de hijos.
Discriminadas estrictamente
por ser mujeres
Las causas para este fenómeno
se han analizado desde dos ámbitos. El primero es la discriminación en el
mercado de trabajo, que está ampliamente documentada y se da cuando dos
trabajadores idénticamente productivos reciben compensaciones diferentes
únicamente por cuenta de su sexo. Un ejemplo famoso es el estudio que analizó
las audiciones para seleccionar músicos en las orquestas de Estados Unidos. Las
mujeres tenían una probabilidad mucho menor de ser elegidas salvo en los casos
en los que la identidad (y el sexo) de los músicos aspirantes se ocultaba
detrás de una pantalla. Este doble estándar en la evaluación de desempeño
profesional de las mujeres también se ha documentado en otras ocupaciones, como
los profesores y los profesionales corporativos. Además, se ha encontrado
evidencia de discriminación al momento de la contratación: por ejemplo, en
estudios similares en Perú y en Francia, investigadores enviaron hojas de vida
falsas que eran idénticas salvo por el sexo del candidato y encontraron que,
cuando se trataba de un hombre, la probabilidad de respuesta por parte del
empleador era mayor.
Patrones de comportamiento y
normas sociales
Un segundo grupo de estudios
se ha enfocado en patrones psicológicos que pueden incidir en el mercado
laboral. Numerosos experimentos muestran que las mujeres son más adversas al
riesgo, tienen menor preferencia por ambientes competitivos y son menos dadas a sobreestimar sus
habilidades que los hombres. Esto puede afectar su trayectoria laboral si, por
ejemplo, son menos propensas a negociar promociones, algo que se está empezando
a analizar. La evidencia apunta a que estos estas diferencias en patrones
psicológicos no se deben sólo a aspectos biológicos, sino también a normas
sociales que construyen identidades. Por ejemplo, existe evidencia de que las
niñas, por su identidad de género, pueden creerse menos capaces que los hombres
de adelantar tareas académicas y asumir roles de liderazgo. Y estos
estereotipos se pueden convertir en profecías autorrealizadas: si una niña cree
que las matemáticas son cosa de hombres, puede no esforzarse en la clase de
cálculo ni elegir ser ingeniera. Otro ejemplo es el precio que pagan las
mujeres cuando superan profesionalmente a los hombres. Según evidencia
reciente, las mujeres casadas que ganan más que sus maridos tienen mayor chance
de divorciarse. Y las mujeres solteras que buscan una cita, resultan menos
atractivas para los hombres si los superan en ambición o inteligencia.
Numerosos experimentos
muestran que las mujeres son más adversas al riesgo, tienen menor preferencia
por ambientes competitivos y son menos
dadas a sobreestimar sus habilidades que los hombres.
Las normas sociales también
imponen mucho mayores responsabilidades domésticas a la mujer. Desde Iraq hasta
Suecia, en todos los países del mundo, las mujeres dedican más tiempo a oficios
del hogar, incluso cuando ellas son trabajadoras de tiempo completo. Y esto
tiene efectos claros sobre su empleabilidad. Una publicación reciente del BID y
el Banco de la República de Colombia muestra que, para que las mujeres
trabajen, es fundamental bajar los costos de transporte, reducir la distancia
del hogar al trabajo y ofrecer guarderías. En el caso de los hombres estas
variables son irrelevantes: después de todo, no son ellos los que deben
balancear la carga laboral con las tareas del hogar. Y no son ellos los que,
tras la llegada de un hijo, enfrentan una dramática reducción en sus ingresos
laborales.
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